
El odio después del amor, sigue siendo amor. Te envuelve en la pasión, en esas cenizas que se avivan. Te remuerde la conciencia. Los dos polos opuestos de los mismos interrogantes con el “¿en qué estará pensando?”, ese “¿qué estará haciendo?”, y el escalofriante “¿me recordará?” Preferible es decir que odias a reconocer que quieres y no sentirte tan miserable. Para no perder esa imagen por miedo a que caiga en el olvido. Para que cada día que la recuerdes se te inunde la conciencia de preguntas sin respuestas, de recuerdos permanentes, para que odies más y quieras menos.
O quizá al revés.
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